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Sobre el libro, escribe Inés Fernández Moreno:
Aguas subterráneas, el título del primer cuento, condensa acertadamente la materia emocional en la que indaga Silvia Itkin. Como su protagonista rabdomante, la autora sabe detectar todos los indicios de la desdicha, y sumergirnos después hasta el fondo de la soledad, las neurosis y el desamor. Y lo hace sin levantar la voz, sin hacer alharaca. Algo que parece tan fácil. Algunos mueren en el intento. Y otros brillan.
El amor, en la mayoría de sus cuentos, nace malherido. A veces con un buen saque de cocaína o una pepa consigue ir en ambulancia, como en Los pisaditos de espíritu, pero la mayoría de las veces va en coche fúnebre como en Me cuesta creer que te pueda pasar algo triste. Y finalmente, aunque nunca termine de resignarse, demuestra que Es imposible tal como lo enuncia el título del anteúltimo cuento.
Lo que sí hace posible cada historia de Itkin, con su prosa natural, inteligente, iluminada por destellos poéticos, es ponernos codo a codo con sus personajes y lo que los amenaza. Podemos casi tocarlos de tan verdaderos. Te hablan al oído como un amigo que sufre, o se meten en diálogos vivos, llenos de detalles pulidos por la experiencia o el brillo de una amarga sabiduría, pero sin descartar el humor, el desenfado generacional, la regocijante mirada femenina (el tiempo me cayó encima como un placard desbordado).
Sólo así nos tragamos las píldoras más amargas, las chapuzas que el buen ferretero de uno de los cuentos no puede arreglar ni en sueños. Y es que nunca terminamos de conocernos, de aceptarnos, de amarnos.
Nueve cuentos de notable madurez, salidos de la textura de la existencia, atentos a la corporeidad de los sentidos y a la humildad de los detalles tal como lo proclamaba Flannery O´Connor.
Nunca terminamos de conocernos de Silvia Itkin
Sobre el libro, escribe Inés Fernández Moreno:
Aguas subterráneas, el título del primer cuento, condensa acertadamente la materia emocional en la que indaga Silvia Itkin. Como su protagonista rabdomante, la autora sabe detectar todos los indicios de la desdicha, y sumergirnos después hasta el fondo de la soledad, las neurosis y el desamor. Y lo hace sin levantar la voz, sin hacer alharaca. Algo que parece tan fácil. Algunos mueren en el intento. Y otros brillan.
El amor, en la mayoría de sus cuentos, nace malherido. A veces con un buen saque de cocaína o una pepa consigue ir en ambulancia, como en Los pisaditos de espíritu, pero la mayoría de las veces va en coche fúnebre como en Me cuesta creer que te pueda pasar algo triste. Y finalmente, aunque nunca termine de resignarse, demuestra que Es imposible tal como lo enuncia el título del anteúltimo cuento.
Lo que sí hace posible cada historia de Itkin, con su prosa natural, inteligente, iluminada por destellos poéticos, es ponernos codo a codo con sus personajes y lo que los amenaza. Podemos casi tocarlos de tan verdaderos. Te hablan al oído como un amigo que sufre, o se meten en diálogos vivos, llenos de detalles pulidos por la experiencia o el brillo de una amarga sabiduría, pero sin descartar el humor, el desenfado generacional, la regocijante mirada femenina (el tiempo me cayó encima como un placard desbordado).
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