Cada 8 de enero, miles de devotos colman un santuario rutero ubicado a pocos kilómetros de la ciudad correntina de Mercedes: fue ese día y en ese lugar, aseguran, donde ejecutaron a Antonio Gil en 1878. Gaucho rebelde devenido en santo pagano, hoy sostiene la esperanza de un pueblo fervoroso que pide, que promete y que agradece año tras año.

Dagurke se suma a esta celebración y encuentra allí un festival de imágenes rojas; de cuerpos transpirados y miradas penetrantes; de mensajes tatuados en la piel, rezos estampados en banderas y figuras de yeso protegidas por papel film; de chamamé, vasos en alto y gritos de sapucai; durante una jornada en la que las velas se derriten hasta fundirse entre sí, muestra inapelable de que la fe  —como la alegría y como la lucha— toma fuerza cuando es compartida.

Guachito Gil

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Cada 8 de enero, miles de devotos colman un santuario rutero ubicado a pocos kilómetros de la ciudad correntina de Mercedes: fue ese día y en ese lugar, aseguran, donde ejecutaron a Antonio Gil en 1878. Gaucho rebelde devenido en santo pagano, hoy sostiene la esperanza de un pueblo fervoroso que pide, que promete y que agradece año tras año.

Dagurke se suma a esta celebración y encuentra allí un festival de imágenes rojas; de cuerpos transpirados y miradas penetrantes; de mensajes tatuados en la piel, rezos estampados en banderas y figuras de yeso protegidas por papel film; de chamamé, vasos en alto y gritos de sapucai; durante una jornada en la que las velas se derriten hasta fundirse entre sí, muestra inapelable de que la fe  —como la alegría y como la lucha— toma fuerza cuando es compartida.