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FRAGMENTO
Adopté a la Madrina al poco tiempo de nacer.
Mi primer contacto humano fue con una mujer muy anciana que me dio de comer. Por su vejez, no me serviría para mi propósito. El segundo fue un hombre de mediana edad que tuvo una reacción muy hostil al verme y me dio la idea de que mi misión en este mundo podría no ser todo lo fácil que me habían prometido. Hacía mucho frío y el agua caía locamente del cielo. Traté de resguardarme bajo techo, pero cerca estaba el hombre que comenzó a amenazarme con un palo. Pasó una chica, hubo onda, pero tampoco era mi ideal (por su olor pude percibir que era de otro). Era de nuestras filas y entendió que necesitaba ayuda; se fue y volvió con refuerzos corriendo bajo el agua.
Fue verla y reconocerla. Ella era perfecta, una chica joven, hambrienta y lo suficientemente descerebrada para transformarse en mi esclava, mi facilitadora, mi herramienta, mi todo: mi Madrina. La cosa ardía: al tipo se le había sumado un animal gigante y babiento que aullaba y me esperaba para comerme del otro lado de las rejas donde el hombre quería arrojarme a palazos. De un lado el tipo, del otro el monstruo, y yo tratando de defenderme de ambos con minúsculos uñas y dientes. Era mi primer combate. Pero ella inmediatamente acató su destino; desde su perspectiva, todo fue un acto de soberanía. Se metió en el medio, le colocó una patada en la entrepierna y le gritó:
—¡Metete con los de tu tamaño, cagón!
Cat Power. La toma de la tierra de Cecilia Palmeiro
FRAGMENTO
Adopté a la Madrina al poco tiempo de nacer.
Mi primer contacto humano fue con una mujer muy anciana que me dio de comer. Por su vejez, no me serviría para mi propósito. El segundo fue un hombre de mediana edad que tuvo una reacción muy hostil al verme y me dio la idea de que mi misión en este mundo podría no ser todo lo fácil que me habían prometido. Hacía mucho frío y el agua caía locamente del cielo. Traté de resguardarme bajo techo, pero cerca estaba el hombre que comenzó a amenazarme con un palo. Pasó una chica, hubo onda, pero tampoco era mi ideal (por su olor pude percibir que era de otro). Era de nuestras filas y entendió que necesitaba ayuda; se fue y volvió con refuerzos corriendo bajo el agua.
Fue verla y reconocerla. Ella era perfecta, una chica joven, hambrienta y lo suficientemente descerebrada para transformarse en mi esclava, mi facilitadora, mi herramienta, mi todo: mi Madrina. La cosa ardía: al tipo se le había sumado un animal gigante y babiento que aullaba y me esperaba para comerme del otro lado de las rejas donde el hombre quería arrojarme a palazos. De un lado el tipo, del otro el monstruo, y yo tratando de defenderme de ambos con minúsculos uñas y dientes. Era mi primer combate. Pero ella inmediatamente acató su destino; desde su perspectiva, todo fue un acto de soberanía. Se metió en el medio, le colocó una patada en la entrepierna y le gritó:
—¡Metete con los de tu tamaño, cagón!
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